Estados Unidos tiene que responder y debe hacerlo ya
El Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos hace patente el más enérgico llamamiento a todas las organizaciones de paz, en el mundo entero, en aras de que se exija al gobierno de los Estados Unidos que se pronuncie, en torno al ataque terrorista sufrido por la Embajada de la República de Cuba, en su sede de Washington, el pasado 30 de abril.
Es verdaderamente vergonzoso que las autoridades de ese país no hayan condenado a estas alturas el criminal acto, en la misma medida en que no han aportado las informaciones que poseen sobre los nexos del autor material de los 32 disparos contra dicha Misión Diplomática (disparados con un fusil de asalto AK-47) y varios grupos de marcado y prolongado accionar violento contra Cuba, que operan desde La Florida y otros enclaves de la Unión.
El gobierno de Estados Unidos incumple con dicho proceder la Convención de Viena y múltiples tratados, que bajo el amparo del Derecho Internacional, obligan a los estados a proveer de todas las garantías para su labor y, de condiciones de seguridad, al personal diplomático acreditado en sus predios, así como a sus familiares.
Por otro lado el preocupante “silencio cómplice”, que se extiende ya por más de tres semanas, revela el doble estándar que emplea ese país para juzgar al terrorismo; en tanto se convierte en aliento para que agrupaciones vandálicas, diseminadas y entrenadas desde su territorio, puedan desarrollar operaciones de similar naturaleza en el futuro, contra la Mayor de las Antillas y cualquier otra nación.
Como sino no bastara la irresponsabilidad, para colmo de la desfachatez y las malas conductas, la actual administración estadounidense acaba de incluir a Cuba en la espuria y desacreditada lista de “países que no cooperan plenamente” con los esfuerzos antiterroristas, bajo la Sección 40 A (a) de la Ley de Control de Exportación de Armas de ese país.
Dicha decisión, además de que Estados Unidos no tiene autoridad, de ninguna clase, para erigirse en juez internacional —unido a su falta de prestigio en numeroso ámbitos, entre ellos el de los Derechos Humanos— es absolutamente insostenible, debido a la trayectoria transparente, ejemplar, y en apego a los preceptos que rigen las normas y legislaciones internacionales, que durante décadas ha mantenido Cuba.
Esta medida, asimismo, se antoja como “pretexto” para la inclusión venidera de Cuba en la lista de “países que patrocinan el terrorismo internacional”, otro engendro arbitrario yanqui del que fuimos excluidos en el 2015, durante la presidencia de Barack Obama, luego de que Ronald Reagan, en 1982, iniciara este proceder perverso de introducirnos en listados. Alertamos, y denunciamos desde ya, sobre esta maniobra que se elucubra en diversos corredores y círculos de poder de Washington.
Desde La Habana, ni en ninguna ciudad o pueblo de esta geografía, se ha estimulado ni organizado actos terroristas contra Estados Unidos ni país alguno. Hemos pagado, por el contrario, la elevada cuota de sangre que representan los 3478 víctimas mortales de cientos de ataques (entre ellos la explosión del vapor francés La Coubre, el 4 de marzo de 1960 y la voladura en pleno vuelo del avión de Cubana de Aviación en Barbados, el 6 de octubre de 1976, así como las 580 acciones contra sedes y personal diplomático cubano acreditado en el exterior) y los más de 2000 seres humanos, que quedaron incapacitados por motivo de dichas operaciones criminales.
“Cuba no anda de pedigüeña por el mundo, anda de hermana”, sentenció José Martí, el Apóstol de nuestra independencia, hace más de un siglo. Ahora mismo, sin pedir nada a cambio, 26 Brigadas del Contingente Henry Reeve están desplegadas en 24 países en la lucha contra la COVID-19. Ellas se suman a otros destacamentos integrados por miles de miembros de nuestro personal de salud, que trabajaban desde antes en 59 naciones. Algo sencillamente extraordinario, en tiempos en que desde el imperio se pretende globalizar la amenaza, el chantaje y el uso de la fuerza. No en balde más de una veintena de organizaciones europeas, y de otras latitudes, han propuesto al Contingente Henry Reeve al Premio Noble de la Paz.
Esta región, en particular, dio un paso trascendental cuando adoptó, en la II Cumbre de la CELAC, realizada en enero del 2014 en la capital cubana, la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz. Nada ni nadie puede echar por la borda ese compromiso, el cual fue fruto, de igual manera, de un intenso debate entre gobiernos de disímiles signo político.
Los movimientos de paz de todo el orbe, y las personas de bien en general, no podemos admitir que “silencios cómplices” pongan en peligro la estabilidad y la paz hemisférica y universal. Estados Unidos tiene que responder y debe hacerlo ya.
La Habana, 23 de mayo del 2020